jueves, 18 de agosto de 2011

Día 8. Uno para leer por fragmentos

El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa


Su estructura lo impone. El libro del desasosiego no está hecho para ser leído de corrido, pues su misma construcción es fragmentaria, deshilachada, sin ninguna linealidad que sea necesario seguir. Además, tiene el nombre muy bien puesto, y tanto desasosiego es mejor tomarlo por sorbos, a fin de dejarse punzar por las descarnadas y profundas reflexiones sin correr el riesgo de verse inducido al suicidio o a una depresión forzada. Igual he de decir que eso sólo podría ocurrirle a personas que no amen la melancolía como a sí mismos, porque los melancólicos empedernidos están más que bien entre sus letras, con ese bienestar oscuro que consiste en no ser nunca completamente feliz y encontrar en la tristeza una fuente inagotable de belleza. Porque hay gente asi -se los juro, los he visto- y he vivido con una desde que tengo consciencia de mí.

No sería justo en todo caso decir que este libro está hecho nada más que de tristeza, a veces es sólo el tedio de una vida rutinaria, y hay fragmentos también para reírse, para reparar en cosas absurdas que decimos o que hacemos todos sin darnos demasiada cuenta.

Antes de compartir un fragmento que me gusta mucho y que de tristeza tiene poco, he de decir también que este es uno de esos libros que no sólo puede leerse por fragmentos, sino que puede perfectamente volverse un libro de cabecera, uno del que no hay que desprenderse nunca.

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        He meditado hoy, en un intervalo de sentir, en la forma de prosa que uso. En verdad, ¿cómo escribo? He tenido, como todos han tenido, el deseo pervertido de querer tener un sistema y una norma. Es cierto que he escrito antes de la norma y del sistema; en esto, por tanto, no soy diferente de los demás. 
       Analizándome esta tarde, descubro que mi sistema de estilo se asienta en dos principios, e inmediatamente, y con la buena manera de los buenos clásicos, erijo estos dos principios en fundamentos generales de todo estilo: decir lo que se siente exactamente como se siente - claramente, si es claro; oscuramente, si es oscuro; confusamente, si es confuso- comprender que la gramática es un instrumento, y no una ley. 
      Supongamos que veo ante nosotros una muchacha de modales masculinos. Un ente humano vulgar dirá de ella, «Esa muchacha parece un muchacho». Otro ente humano y vulgar, ya más cerca de la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella «Esa muchacha es un muchacho». Otro igualmente consciente de los deberes de la expresión, pero más animado por el afecto de la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá de ella «Ese muchacho». Yo diré «Esa muchacho», violando la más elemental de las reglas gramaticales, que manda que haya concordancia de género, como de número, entre la voz substantiva y la adjetiva. Y habré dicho bien: habré hablado en términos absolutos, fotográficamente, fuera de la vulgaridad de la norma, y de la cotidianeidad. No habré hablado: habré dicho. 
       La gramática, al definir el uso, hace divisiones legítimas y falsas. Divide, por ejemplo, los verbos en transitivos e intransitivos; sin embargo, el hombre de saber decir tiene muchas veces que convertir un verbo transitivo en intransitivo para fotografiar lo que siente, y no para, como el común de los animales hombres, el ver a oscuras. Si quiero decir que existo, diré «Soy». Si quiero decir que existo como alma separada, diré «Soy yo». Pero si quiero decir que existo como entidad que a si misma se dirige y forma, que ejerce junto a si misma la función divina de crearse, ¿cómo he de emplear el verbo «ser» sino convirtiéndolo súbitamente en transitivo? Y entonces, triunfalmente, antigramaticalmente supremo, diré «Me soy». Habré dicho una filosofía en dos palabras pequeñas. ¿Cuán preferible no es esto a no decir nada en cuarenta frases? / ¿Qué más se puede exigir de la filosofía y de la dicción?/ 
       Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente. Sírvase de ella quien sabe mandar en sus expresiones. Cuéntase de Segismundo, Rey de Roma, que, habiendo, en un discurso público, cometido un error gramatical, respondió a quien le habló de él, «Soy Rey de Roma, y además de la gramática». Y la historia narra que fue conocido en ella como Segismundo «supergrammaticam». ¡Maravilloso símbolo! Cada hombre que sabe decir lo que dice es, a su manera, Rey de Roma. El titulo es regio y la razón del titulo es serse.

3 comentarios:

  1. Coincido con ese de "no desprenderse nunca", fue justo lo que me pasó: http://30cucharaditas.tumblr.com/post/8840323756/dia-2-uno-que-se-haya-demorado-mucho-en-leer

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  2. Es un honor que me lean ustedes, dos de los tuiteros que, justamente, más me gusta leer a mí.

    En cuanto a la solicitud de préstamo que me hace Jean Marcel, he de decir que me tomo muy en serio que se trata de un libro para no desprenderse nunca, lo cual necesariamente me lo impide. Eso sin mencionar la distancia y el hecho de que, aunque parezca mentira, ni siquiera nos conocemos. Pero encontraré una manera de hacérselo llegar, ya verá.

    Con Lizeth veo que, además de la fecha de cumpleaños, hay también gustos que compartimos y es bonito eso de encontrarse en este espacio tan etéreo afinidades así, insospechadas. Tu entrada sobre el libro la había leído desde que la publicaste y fue precisamente una de las que me animó a participar en el reto con algo más que el título de los libros.

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