martes, 16 de agosto de 2011

Día 6. Uno de un Nobel

El evangelio según Jesucristo, de José Saramago


Repite Saramago en mi selección de libros. No he leído todos los que escribió, pero de los que conozco este es sin duda el que más me ha gustado. Al principio no es fácil leerlo, porque está lleno de diálogos separados nada más que por comas, sin guiones, sin signos de interrogación, confiando la interpretación a la simple cadencia que las comas y los puntos le imponen a las palabras. Pero una vez que se aprende su código, la lectura fluye incesante y a cada vuelta de hoja se encuentra uno con algún cuestionamiento que lo sorprende, con críticas muy agudas y muy certeras contra todo el sistema de culpas que ha sido minuciosamente creado por las religiones.

Sobra decir que es un relato atrevido y desafiante -casi herético-, que nos muestra a un Jesús que no quiere redimir al mundo, que es puesto al cuidado del mismísimo diablo por decisión divina y que hace mil cosas para escapar a su destino. Pero Dios es un tirano que sólo le da una oportunidad de elegir y, pese a haber pasado años con Pastor y haber forjado en su compañía un carácter rebelde y contestatario, es incapaz de percibir la trampa y sucumbe en ella, sellando un pacto que ya no se puede deshacer.

El fragmento más vibrante de todos, a mi juicio, es el diálogo que sostienen Jesús, Dios y Diablo hacia el final del libro, una conversación entre enemigos íntimos que devela un Dios terrible que simplemente se divierte jugando con los destinos de los hombres, destruyéndolos y volviéndolos a crear a su antojo. Jesús, por ejemplo, es un objeto cuya voluntad ya no cuenta una vez sellado el pacto, y los milagros -le dice Dios burlonamente- sucederán a su pesar, porque no es él quien los provoca:

"Volvamos a empezar, volvamos a empezar a partir del momento en que te dije que estás en mi poder, porque todo lo que no sea una aceptación tuya, humilde y pacífica, de esta verdad, es tiempo que no deberías perder ni obligarme a perder a mí, Volvamos a empezar, dijo Jesús, pero toma nota de que me niego a hacer milagros y, sin milagros, tu proyecto no es nada, un aguacero caído del cielo que no alcanza para matar ninguna sed verdadera, Tendrías razón si estuviese en tu mano el poder hacer o no hacer milagros, Y no es así, Qué idea, los milagros, tanto los pequeños como los grandes, soy yo quien los hace siempre, en tu presencia, claro, para que recibas los beneficios que me convienen, en el fondo eres un supersticioso, crees que basta con que esté el milagrero a la cabecera de un enfermo para que el milagro acontezca, pero queriéndolo yo, un hombre que estuviera muriéndose sin tener a nadie a su lado, solo en la mayor soledad, sin médico, ni enfermera, ni pariente querido al alcance de su mano o de su voz, queriéndolo yo, repito, ese hombre se salvaría y seguiría viviendo, como si nada le hubiera ocurrido, Por qué no lo haces entonces, Porque él imaginaría que la curación le había venido por gracia de sus méritos personales y se pondría a decir cosas como ésta Una persona como yo no podía morir, ahora bien, ya hay demasiada presunción en el mundo que he creado para que ahora permita que a tanto puedan llegar los desconciertos de opinión, Es decir, todos los milagros son tuyos..."

¿Habrá sido este libro la inspiración de Alberto Montt para su dios y su diablo? Estoy a punto de creerlo...





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