viernes, 9 de septiembre de 2011

Día 24. Uno que no le prestaría a nadie

Hay tres libros que no presto ni prestaré jamás:

Rayuela, El libro del desasosiego y la obra completa de Alejandra Pizarnik. Para los dos primeros ya tienen las razones en otras entradas de este mismo blog (el que más veces he leído y el que se puede leer por fragmentos), así que hablaré sólo del de Pizarnik.

Mi relación con ella cumplió ya más de una década (lo que quiere decir que empezó temprano, pero también que ya no soy tan joven como solía ser) y fue una casualidad más, esta vez de cuenta de una compañera de colegio que prestaba sus libros en la biblioteca y los llevaba a clase. Alguna vez dejó uno sobre su pupitre y yo comencé a hojearlo. Fue como un gran descubrimiento: alguien podía poner en palabras un montón de cosas que yo sentía y que no sabía decir. La fascinación fue inmediata y duradera. No todos los días se encuentra uno palabras precisas, punzantes, dolorosas como lilas.

El tiempo ha pasado y la fascinación ha cedido, pero esa oscuridad adolescente de Pizarnik sigue ejerciendo su influencia, dejó marcas que hacen que quiera conservar sus libros aunque ya no me sienta tan así, aunque el drama y la melancolía no sean ya los sellos característicos de mi existencia. Alguna vez lo fueron y no veo por qué tenga que renegar de ello u ocultarlo. Hay cosas que uno guarda para evocarse, para poder mirarse en el espejo del pasado y no reconocerse.

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